. . . EMPREINTES . . .

Françoise Gérardin

Retrato de Pepe Polluelas

Poema de Françoise GERARDIN (En Jaén, donde... ")
A Juan Antonio y Pepi
Retrato flamenco: Pepe Polluelas               					    
En el murmullo confuso una guitarra                    
torpe  acompaña los choques ruidosos del vino…
	Una voz
	una  voz tan sorda dijo :
	“levántate tempranito”...
	por soleá la guitarra,
	por soleá la intención.
De su garganta cavernosa,
de su soledad alcoholizada,
de su soplo ahumado,
	arranca la tragedia indecible
					muda casi.
Un excedente reflejo le desfigura la cara
que los demás ajenos o
	doloridos no miran…
El pataleo impotentemente frenético desde su silla
traza un mapa mojado,
	donde las colillas empapadas
	fijan los puntos capitales…
“E tamo aquí ma bién qu el pan  ¡Viva Dios!"

Veintisiete años de paz… que un punzante silencio pervierte. Los sones delicuescentes se entremezclan en lugares oscuros de tabernas peleonas y prostíbulos carcomidos. Jaén, distante de los focos artísticos de Sevilla o Madrid, hurga un brasero de cante ceniciento.

….¡ Pepe, acuérdate, una soleá, haz el favor de hacer memoria, hombre ! … ¡ El cante no se resume sólo en fandangos, vaya ! - Sí, pues sí… pero to’lo’cante’son bonito’ - Arráncate ya… Una alegría aunque sea

Estamos en los años que preceden la década de los 70. Canalejas de Puerto Real, afincado en la ciudad desde la guerra, acaba de desaparecer dejando Jaén más aislada aún de las andanzas flamencas si no se tiene en cuenta la comercialización a ultranza de artistas tales como el simpático torrecampeño Valderrama. Las demás provincias evolucionan hacia un flamenco mairenista arrastrando el cante gitano más representativo y sosteniendo las expresiones añejas de los Manuel Torre, Niña de los Peines, Tomás Pavón, Juan Talega o Rafael Romero el Gallina.

El Polluelas, pues, fandanguero de turno, se queda atrancado en una existencia peatonal pisando los terraplenes de secanos que le llevan desde la Cabaña, carretera de Jabalcuz, a la Imora, carretera de Córdoba. Vestigios deshonrados, estas casas de alterne mantienen la llama vacilante del cante flamenco. Ahí, por dos reales, Pepe Polluelas ejecuta en noches vagabundas, algún que otro fandango lastimoso, chorreando versos deslavados sobre temas de figuras femeninas mal paradas.

Jóvenes vecinos jaeneros, Fausto, El Nano hijo de Canalejas, Angel Garcia del estanco, David Rueckert, el amigo estadounidense, tan sumamente apasionado de flamenco que se casó con Emilia Onofre (hija de José Moreno Rodriguez “Onofre”), Pepe Solís, tan gran aficionado como discreta persona, se encuentran todos ellos por las tardes casi casualmente, al pie de una barra, con el único afán de recuperar la solera desviada del Cante.

La insistencia obstinada de este grupo ávido de saber, consigue que Pepe Polluelas recobre sus talentos de profesional y sus sentimientos de dignidad. Así la memoria de este payo, abrumada por vapores valdepeñeros, recupera, poco a poco, letras y melodías casi borradas de su mente, Soleá del Mellizo, como Aurelio Selles, poquita voz, los cantes de Vallejo…Vallejo que no quería los gitanos ni verlos, que por él, se debería de meter a todos en un barco y dejarlos ¡ en una isla llena de leones…!

De lejos, con discreción y humildad, Pepe Polluelas asiste a la evolución amigable de los componentes de esa tertulia tabernera que remueve, junto a unas copas, primordiales preguntas y algunas soluciones tocante a los misterios del cante. En el Bar Trix, calle Rastro, ya que la familia de David vive cerca ; tiempo más tarde la banda se desplaza al barrio de Peñamenfecit ; en el Mezquita (donde Cerezo pone cintas de la Niña de los Peines en su radio-cassette, aparato recién traído de Alemania…) allí, pues, por esperar a Pepe Solís que lleva cada noche a su novia Nines hasta el portal de la casa paterna ; también el Alvear sirve de templo al buen fino antes de su cierre definitivo. Momento en el que, tras un traslado natural, el fino La Guita se toma en la calle Maestra para llegar luego, a la vuelta de la Manchega, al Monterrey, donde el callejón consuela a más de un viandante al diluirse la jornada en brumas crepusculares.

El Polluelas, camino de la Cabaña, visita también aquellas paradas céntricas, en donde se están fraguando las primicias de los futuros estatutos peñísticos de Jaén. Haciéndose de querer, y esforzándose, ya va canturreando con renovada soltura, aunque por lo bajini, como avergonzado de hurtar oxígeno a la concurrencia. Así, noche tras noche, hasta pillar la Melodía del Arrabal y divagar a gusto en el Serrano o en el Marqués y compartir la silente soledad del Pansilleva a la hora madrugadora. Más que a un artista de tablao flamenco, se parece el Polluelas a un fugitivo hambriento ; con sus andares curvados de pasitos acelerados como queriendo escabullirse sin estorbar, se le quedan pegados los codos al endeble torso. En la cara los labios le enmarcan una raya entreabierta, midiendo de continuo un soplo de sonrisa, mientras el puño, el de comilón de uñas, le tapa la boca cuando la risa se pasa de alegre… y la mirada circular, al acecho, dirige sus gestos reducidos, recortados para no mover el entorno. Entonces, un estallido verde oscuro salta de la penúltima copita… ¿ qué drama habrás presenciado, Pepe, para sacarnos lágrimas al cabo de tantos años de haberte escuchado ?
La noche de la verbenita del Carmen,
mataron al marquesito,
¡ ay ! Cómo lloraba su madre.
A la noche siguiente, mataron a su hermanito,
se acabaron los valientes.