Óleo sobre lienzo, 162 x 130 Torremolinos 1991
Unos años han pasado desde que Fausto, alejado del ambiente jaenero, estableciera en Torremolinos su retiro artístico. Acontecimiento primordial provocado en un principio por Sérvula, quien se empeñó en que su hijo, como ella, decidiera adquirir un apartamento en la playa. Así pues, la Madre, viuda y deseosa de respirar un aire marino que le aliviara sus dolores articulares, al enterarse de ventas irrisorias en la urbanización Los Tres Caballos, fue a comprar un pisillo en la Torre Copenhague, insistiendo en que aprovecháramos las gangas que se presentaban en la Costa del sol de la época.
Y es que unas Bases Militares Americanas, al desaparecer, dejaron desfigurada la comarca, liberando, eso sí, unas estructuras imponentes, altísimas algunas, reservadas hasta entonces a los inquilinos del Nuevo Mundo y otros sajones. Así, poco a poco se abrieron puertas y ascensores al pueblo costero y a los visitantes humildes en busca de viviendas momentáneamente despreciadas aunque muy bien suministradas. Nunca se arrepintió el hijo de haber seguido el consejo materno… A la sierrecita de Armenia, Yo me quiero ir, Donde moros ni cristianos sepan de mí (La Nina de los Peines, por seguiriya)*
Concedida por el Ministerio a finales de 1981 la excedencia temporaria de su plaza de profesor y director de la Escuela de Artes y Oficios*, Fausto se permite ir, venir y trabajar entre su ciudad natal y los demás lugares que le acogen, sea por tener lazos familiares en ellos, sea por elección personal suya : Buis lès Baronnies, Saint Dié des Vosges, Hurbache, Estrasburgo y el Mediterráneo.
Raras y breves son la ocasiones en las que acude a su tierra : entregas de colecciones de dibujos de playa, exposiciones, colaboraciones con la revista Candil (cuando Pedro Sánchez “Migolo” apresura para las portadas) así como para otras obligaciones varias.
Mínimamente distanciado de vanas alteraciones didácticas, políticas e incluso peñísticas, exento de minucias administrativas, el pintor, encamarado en su balcón del octavo marítimo, se mide a los semblantes extranjeros esturreados en la arena, presenciando las vueltas de las traíñas al sol fresco de Levante. A la hora de él echarse a dormir, reflexionando con un penúltimo café en mano, a ver si la obra recién pintada merece sobrevivir a la madrugada o si se destina a ser borrada… no parece pararse Fausto a interrogar el manifiesto y misterioso antropomorfismo que realza la gran mayoría de sus cuadros nocturnos. Quizás el hecho de perpetuar contrapuntos en mascaradas movidas y perennes justifique, a sus ojos, el funcionamiento intrínseco de las sociedades humanas. Incluso la española. No en vano las palabras “engaño” y “desplante”, entroncadas en el lenguaje, encuentran difícilmente traducciones válidas en los demás idiomas.
Vestir lo desnudo, desvelar lo tapado, mover la inmovilidad, sosegar los rojos, esfumar los cantos, alegrar lo oscuro, rodear los ángulos, estirar el gesto, acentuar la curva, agrisar la luz, chispear el drama, ampliar el detalle, disfrazar la perspectiva, asombrar al personal…
Al final y gracias a técnicas visuales y matéricas, afinando la cuerda del dibujo, intenta el artista ofrecer un equilibrio al vértigo nacido de transposiciones relativas a una realidad comúnmente admitida.
Además de responder a una voluntaria tendencia unificadora por simplificación colorista, ahondando en múltiples tonalidades, desde los pardos mas bruñidos hasta los rosas más anacarados, esta nebulosa casi monocolor envuelve con dulzura un apasionado frenesí. “Yo te estoy queriendo a ti Con la misma violencia Que lleva el ferrocarril (Fosforito, por tangos)*
Fácil de abordar para quien haya experimentado el ímpetu del arranque infantil abalanzándose de sopetón en su regazo, el espectador, ante al cuadro, revivirá ese choque afectivo en el movimiento ascendiente que de las dos figuras enlazadas se desprende. Elíptica, la línea transversal sugerida por las dos rodillas frontales, soporta el muslo pujante reforzado éste por la silueta miguelangelística de la planta de un pie en suspensión, vertical en medio básico del lienzo. Una segunda línea, transversal también, desde la nalga izquierda hasta los vapores celestes del ángulo alto derecho del cuadro, delimita el ropaje cuyos fruncidos, ahogando una sonrisa revesada perlada de blanco, van tapando la encarrujada espalda. En el ángulo izquierdo sigue caminando la cinta pálida del cielo, sin conmoverse siquiera, al recibir el clamor sordo de un placentero rictus, bovino casi.
Lo que, para algunos, pudiera significar una escena erótica, se debe de considerar, sin ambigüedad ninguna, como una gesta idílica que, sin más transición explícita que la de su monumental edificación escorzada, evoca otras muchas ascensionales figuras mágicas, astrales o místicas.